miércoles, 26 de abril de 2017

La primera persecución de la iglesia






                                         Hechos 4:1-24

La primera persecución de la iglesia

"Mientras ellos hablaban al pueblo, vinieron sobre ellos los sacerdotes con el jefe de la guardia del Templo y los saduceos, resentidos de que enseñaran al pueblo y anunciaran en Jesús la resurrección de entre los muertos."

Quisiéramos resaltar aquí algo que es realmente sorprendente, si no lo ha notado ya. ¿Quiénes fueron los que encabezaron la persecución contra el Señor Jesús y que por fin lograron que fuera arrestado y llevado a la cruz? Fueron las autoridades religiosas, especialmente los fariseos. Ellos fueron los enemigos de Cristo cuando Él estuvo en la tierra. Ahora, sabemos que más adelante algunos fariseos fueron salvados. Sabemos por ejemplo que Nicodemo fue salvo y también José de Arimatea, que probablemente era fariseo. Sabemos también que Saulo de Tarso era fariseo. Al parecer había muchos otros fariseos que llegaron a un conocimiento salvador del Señor Jesucristo. Después de que los fariseos hubieron acabado con el Señor Jesús, su enemistad y su rencor pasaron. Pero ahora tenemos a los saduceos quienes no creían en la resurrección y entonces fueron ellos los que se constituyeron en enemigos contra los apóstoles, que estaban proclamando la resurrección de Jesucristo.

Los saduceos de nuestros tiempos son los que niegan lo sobrenatural. Niegan la Palabra de Dios con sus labios y con sus vidas. Y es importante que veamos que, como los saduceos de aquel entonces, los saduceos de nuestro tiempo tratan de oponerse a cualquiera que predique la resurrección. Ellos permiten que se predique acerca de Jesús y que uno diga que Jesús fue una persona amable, buena y tolerante. Y si usted lo hace así, pues, no se hallará en problemas. Pero sí se encontrará con oposición si usted predica a Jesucristo como el poderoso Salvador que vino a esta tierra, denunció el pecado y murió en la cruz por los pecados de los seres humanos, y luego resucitó con gran poder. Ese es el mensaje impopular. Cuando los apóstoles lo predicaron, estos saduceos les llevaron ante el Sanedrín, supremo tribunal religioso de los judíos. Leamos los versículos 3 y 4 de este capítulo 4 de los Hechos:

"Y les echaron mano y los pusieron en la cárcel hasta el día siguiente, porque era ya tarde. Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los hombres era como cinco mil."

Ahora, no olvidemos que todo esto ocurrió en el pórtico de Salomón, después que Pedro predicó su sermón. Si fueron salvados unos cinco mil hombres solamente, ¿cuántas mujeres y niños más creerían? Fue sin duda alguna una gran multitud de personas la que se convirtió a Cristo en aquella ocasión. Aquella, espiritualmente hablando, fue una verdadera pesca milagrosa que, por sus dimensiones, no se repetiría en toda la historia de la iglesia.

Siempre hemos sido reacios a criticar a Simón Pedro. No podemos menos que amarle porque, en medio de los contrastes de su carácter, amaba profundamente al Señor. Y no hay la menor duda que Dios le usó en esta ocasión de una manera grande y poderosa. Los versículos 5 y 6 de este capítulo 4 de los Hechos dicen:

"Aconteció al día siguiente, que se reunieron en Jerusalén los gobernantes, los ancianos y los escribas, y el sumo sacerdote Anás, y Caifás, Juan, Alejandro y todos los que eran de la familia de los sumos sacerdotes;"

Ya habíamos visto antes a este grupo. También estaban allí, y con toda su astucia, Anás y Caifás, los dos hombres que condenaron a muerte a Jesús. Ahora, el versículo 7 dice:

"y poniéndolos en medio, les preguntaron: ¿Con qué potestad o en qué nombre habéis hecho vosotros esto?"

Vemos que Pedro y Juan fueron traídos ante el Sanedrín. Esto ocurrió después que el cojo había sido sanado y Pedro había predicado su segundo sermón. El Sanedrín quiso entonces saber con qué poder y en qué nombre hacían ellos estas cosas. Y veamos la respuesta de Pedro, aquí en los versículos 8 hasta el 12 de este capítulo 4 de los Hechos. Leamos primero el versículo 8:

"Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Gobernantes del pueblo y ancianos de Israel"

Ahora, fíjese usted que dice aquí que Pedro estaba lleno del Espíritu Santo. No dice que fuera bautizado con el Espíritu Santo en esta ocasión. El ya había sido bautizado con el Espíritu. Pero dice que Pedro fue lleno del Espíritu Santo, lo cual le capacitó para anunciar el Evangelio por medio de la predicación. Y a usted y a mi, estimado oyente, nos hace falta también la plenitud del Espíritu Santo. Esto es algo que debiéramos buscar; es algo que debiéramos anhelar. Ellos habían tenido que quedarse y esperar el día de Pentecostés, día en que todos fueron bautizados en un cuerpo. En ese día sí fueron bautizados en el cuerpo que es la iglesia de Cristo. Si usted viene a Jesucristo hoy, estimado oyente, será bautizado con el Espíritu Santo y colocado en el cuerpo de creyentes, en el mismo momento en que usted es regenerado. Continuemos leyendo los versículos 9 y 10:

"Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste ha sido sanado, sea notorio a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano."

Ahora, notemos que hasta este momento, cada vez que Pedro abría su boca, metía la pata, como solemos decir en una conversación informal o coloquial. Pero, esta vez, Pedro, como diría Pablo en su carta a los Efesios, tenía sus pies calzados con el celo por anunciar el evangelio de la paz. Estaba lleno del Espíritu Santo, es decir, controlado por el Espíritu Santo, y dijo exactamente lo que debía decir. Observemos su aguda observación, haciendo notar que estaban siendo interrogados por el bien hecho a un enfermo, para saber de qué manera había sido sanado. Continuemos leyendo el versículo 11:

"Este Jesús es la piedra rechazada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo."

Pedro destacó dos cosas en cuanto al Señor Jesús. La primera, que fue crucificado y que resucitó de los muertos. Y la segunda, que Jesucristo era la piedra, la roca. En Mateo 16:18, vemos que Jesús había dicho: ". . . sobre esta roca edificaré mi iglesia". Ahora, ¿Quién era la roca? La Roca era Cristo mismo. Observemos que Pedro dijo: "Este Jesús es la piedra". ¿Cuál era la piedra? ¿Era la Iglesia, o era Simón Pedro? No. Era el Señor Jesucristo. Como Pedro mismo diría en su primera carta 2:7, Jesús, la piedra que los constructores despreciaron, se ha convertido en la piedra principal del edificio. Esto ha sido logrado por medio de la resurrección. Es evidente que la resurrección es el hecho central en la predicación del evangelio. Y Pedro añadió en el versículo 12:

"Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos."

Ahora, recordemos que la pregunta fue: ¿Con qué poder y en qué nombre habéis hecho estas cosas? Y después de explicar la fuente del poder, como vemos en este versículo, Pedro se refirió al nombre. Es decir que Pedro recordó el nacimiento de Jesús las instrucciones del ángel, en el capítulo 1 del evangelio según San Mateo, versículo 21, cuando el ángel habló con José y le dijo: "Y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados". Estimado oyente, Él es el Salvador. Éste fue su nombre desde el principio. Cuando uno acepta este nombre, lo hace aceptando todo lo que Su persona implica. Y Pedro dejó en claro, y nosotros queremos dejarlo en claro también y enfatizar el hecho de que cuando usted, estimado oyente, acude a Jesucristo, usted viene a Él para salvación. No hay otro nombre bajo el cielo que pueda salvarle. La ley no le puede salvar. La religión tampoco le puede salvar. Una ceremonia tampoco puede salvarle. Solo uno, el nombre de Jesús le puede salvar. Jesús es el nombre de aquella persona que descendió a esta tierra para salvar a Su pueblo de sus pecados. Cuando alguien acude a Él por fe, esa persona se salva. No hay otro a quien acudir para poder obtener la salvación. Si usted acude a Él, si confía en Cristo, entonces usted será salvo. Ese paso garantiza su salvación.

¿No es interesante que en la larga historia de este mundo, y entre todas las religiones del mundo, con todo el dogmatismo que estas religiones presentan, ninguna de ellas puede ofrecer la certeza de una salvación segura? Y éste fue también el gran mensaje de Simón Pedro, mensaje que dio mientras estaba lleno del Espíritu Santo. Y ésta fue una gran afirmación para concluir su mensaje ante el Sanedrín. Continuemos ahora con el versículo 13 de este capítulo 4 de los Hechos:

"Entonces viendo la valentía de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se admiraban; y les reconocían que habían estado con Jesús."

Los que les escucharon sabían que estos hombres no tenían estudios ni una formación cultural, como para expresarse de esta manera. Pero, los hombres del Sanedrín notaron que ellos habían estado con Jesús. ¡Cuán maravilloso es tener una vida que de un modo u otro, dirija la atención de los demás hacia la persona del Señor Jesucristo! Continuemos con los versículos 14 y 15 de este capítulo 4 de Hechos:

"Y viendo al hombre que había sido sanado, que estaba en pie con ellos, no podían decir nada en contra. Entonces les ordenaron que salieran del Concilio; y deliberaban entre sí"

¿Cree usted que por fin, al ver personalmente al hombre sanado, y después de haber escuchado el discurso de Pedro, fueron acaso conmovidos? ¡No! De ninguna manera. Esto se observa al ver la forma en que continuaron con su conferencia. Ahora leamos el versículo 16:

"diciendo: ¿Qué haremos con estos hombres? Porque, de cierto, señal evidente ha sido hecha por ellos, notoria a todos los que viven en Jerusalén, y no lo podemos negar."

Ni aun los saduceos de aquel entonces pudieron negar que un milagro había sido hecho en aquel hombre enfermo. Tienen que ser personas que viven en el siglo veintiuno, alejadas por una gran distancia en el tiempo, quienes niegan la existencia de los milagros. Y quisiéramos decir aquí que si algunos de estos escépticos de nuestro tiempo hubieran estado allí en aquel entonces, habrían tenido muchas dificultades para negar el milagro. Incluso los escépticos de aquella época tuvieron que reconocer que un milagro había tenido lugar.

Hay muchas personas en la actualidad que dicen que si tan solo les fuera posible presenciar un milagro, entonces creerían. Pero, eso no es verdad. Esta multitud aquí en el capítulo 4 de los Hechos había visto un milagro, lo reconoció, pero no creyó. Y usted y yo, estimado oyente, tenemos la misma naturaleza humana que tenía aquella gente. El problema aquí no pertenece al área de la mente. Es un problema de la voluntad y el corazón. Es el corazón, lo que es por naturaleza perverso. La incredulidad, es decir, la dificultad para creer, no proviene de la falta de evidencias; el problema radica en la condición del corazón humano, que tiene la culpa de que no tengamos suficiente fe. Ahora, observemos que estas autoridades continuaban conspirando y dijeron, aquí en los versículos 17 y 18 de este capítulo 4 de Hechos:

"Sin embargo, para que no se divulgue más entre el pueblo, amenacémoslos para que no hablen de aquí en adelante a hombre alguno en este nombre. Entonces los llamaron y les ordenaron que en ninguna manera hablaran ni enseñaran en el nombre de Jesús."

Ahora, los apóstoles tenían una respuesta lista para ellos. Veámosla en los versículos 19 al 22 de este capítulo 4 de los Hechos:

"Pero Pedro y Juan respondieron diciéndoles: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios, porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.Ellos entonces, después de amenazarlos, los soltaron, no hallando ningún modo de castigarlos, por causa del pueblo, porque todos glorificaban a Dios por lo que se había hecho, ya que el hombre en quien se había hecho este milagro de sanidad tenía más de cuarenta años."

Uno creería que el corazón de los hombres del Sanedrín habría sido enternecido por esta declaración. Pero, no sucedió así, sino todo lo contrario, ya que sus corazones se endurecieron aún más. Leamos los versículos 23 y 24 de este capítulo 4 de los Hechos, que inician un párrafo titulado,

El poder del Espíritu Santo

"Al ser puestos en libertad, vinieron a los suyos y contaron todo lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho. Ellos, al oírlo, alzaron unánimes la voz a Dios y dijeron: Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay"

Veamos esta escena. Pedro y Juan habían sido puestos en libertad, habían regresado a la Iglesia y dieron su informe. Tenemos aquí una descripción de una gran reunión de la Iglesia primitiva. Y creemos la condición espiritual de la iglesia nunca ha estado después en un nivel tan alto como éste que aquí observamos. Hallamos la clave de esto en su oración. No fue simplemente una oración cualquiera. Fue un himno de alabanza en el cual dijeron "Soberano Señor, tú eres el Creador". Tememos que algunos que en la actualidad profesan ser cristianos, no estén tan seguros como para poder afirmar lo mismo que con absoluta convicción proclamaron aquellos antiguos cristianos; de que el Señor es Dios y Creador. ¿Estimado oyente, el Señor es Dios; ¿está usted seguro de que el Señor Jesús es Dios? Es que se trata de un asunto muy importante.

Esta falta de seguridad caracteriza hoy a muchos que pretenden aceptar una especie de cristianismo "a la carta". Se trata de no desentonar con el ambiente general, que acepta un cristianismo "light", libre de todo compromiso con la fe Bíblica, que tolera e incluso promueve una actitud de duda permanente ante las afirmaciones de las Sagradas Escrituras y rechaza, de manera especial, todos los elementos sobrenaturales del relato Bíblico, tanto del Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. Se ponen en duda eventos relacionados con la vida y milagros de Jesús, Su muerte y su Resurrección de los muertos. De la misma manera se niega la acción del Espíritu Santo en el mundo actual, su obra de llevar a las personas a una convicción de su pecado y rebelión contra Dios, y de transformar a las personas que creen en el Señor Jesucristo como su Salvador en nuevas personas, por medio de un nuevo nacimiento espiritual. Parece como si algunos sectores llamados cristianos se estuviesen desmoronando, por la pérdida de convicciones firmes y, en consecuencia, han perdido el poder divino que caracterizó a la iglesia del primer siglo y, en consecuencia, han perdido también su impacto en la sociedad. Se piensa más en métodos para atraer a la gente, que en movilizar a los cristianos para que proclamen el mensaje de las buenas noticias, el mensaje de la resurrección y la victoria de Jesucristo sobre las fuerzas del mal. Sería trágico que algunos estuvieran más interesados en constituir clubes religiosos que en aceptar las consecuencias que el sacrificio de Jesucristo en la cruz y su triunfo sobre la muerte tienen para los seres humanos de nuestro tiempo.

Ante toda incertidumbre y falta de definición por parte de muchos, resulta inspirador contemplar a aquel intrépido grupo que, acosado por sus adversarios, sin ningún apoyo por parte de los poderes públicos, y con escasos recursos materiales y humanos, se dirigió a Dios en oración, ensalzando y honrando Su nombre. Y cuando un grupo de cristianos se expresa con esta sencilla confianza en Dios, Él escucha estas oraciones, Él manifiesta Su presencia, Él actúa con poder y ese poder se hace evidente de tal manera que supera todas las expectativas. Y entonces, nadie puede atribuir los resultados a las circunstancias humanas, ni a la retórica de ningún ser humano en especial. Estas son las oraciones expresadas para que las escuche Dios, y no para impresionar a los oyentes. Claro que aquellos hombres y mujeres creían que Jesucristo era Dios, y conocían las tremendas implicaciones de permitir que el Espíritu Santo de Dios actuase entre ellos y por medio de ellos. Por todo ello, estimado oyente, le invitamos hoy a escuchar, desde las páginas de la Biblia, esta invitación a cambiar de dirección, a dirigirse a Dios en oración, por medio del único camino para llegar a Él, es decir, por medio del Señor Jesucristo. No le quepa a usted la menor duda de que Él le demostrará que ha oído su oración y su ruego. Es que Dios se encuentra muy cerca. Más cerca de lo que usted se imagina.