lunes, 1 de mayo de 2017
"¿A Quién debemos orar; al Padre, al Hijo, o al Espíritu Santo?"
Toda oración debe ser dirigida a nuestro trino Dios––Padre, Hijo y Espíritu Santo. La Biblia enseña que podemos orarle a uno o a los tres, porque los tres son Uno. Oramos al Padre con el salmista, “Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, porque a Ti oraré.” (Salmos 5:2). Al Señor Jesucristo, oramos como al Padre, porque ellos son iguales. El orar a un miembro de la Trinidad, es orarles a todos. Esteban, mientras era martirizado, oraba, “Señor Jesús, recibe mi espíritu” (Hechos 7:59). También oramos en el nombre de Cristo. Pablo exhortaba a los creyentes efesios a darle “…gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.” (Efesios 5:20). Jesús les aseguró a Sus discípulos que cualquier cosa que pidieran en Su nombre –significando en Su voluntad– les sería concedida (Juan 15:16; 16:23). Similarmente, se nos dice que oremos al Espíritu Santo y en Su poder. Pablo pide al Espíritu que una los corazones de los corintios creyentes (2 Corintios 13:14). Adicionalmente el Espíritu nos ayuda a orar, cuando no sabemos cómo o qué pedir (Romanos 8:26; Judas 1:20). Tal vez la mejor manera de entender el papel de la Trinidad en la oración es que oramos al Padre, a través del Hijo, por el poder del Espíritu Santo. Los Tres son Participantes activos en la oración del creyente.
Igualmente importante es saber a quién no debemos orar. Algunas religiones no cristianas animan a sus miembros a orar a un panteón de dioses, familiares muertos, santos, y espíritus. Los católicos romanos son enseñados a orar a María y a varios santos, tales como Pedro. Tales oraciones no son bíblicas, y son de hecho, un insulto a nuestro Padre celestial y en contra de Su expresa voluntad. Para entender el por qué, sólo tenemos que ver la naturaleza de la oración. La oración tiene varios elementos y si miramos sólo a dos de ellos –alabanza y acción de gracias– podemos decir que esa oración es, en su esencia misma, adoración. Cuando alabamos a Dios, estamos adorándolo por Sus atributos y Su obra en nuestras vidas y en el mundo. Cuando ofrecemos oraciones y acciones de gracias, estamos adorando Su bondad, misericordia, y amoroso cuidado de nosotros. La adoración da gloria a Dios, el Único que merece ser glorificado. El problema con la oración a cualquier otro que no sea Dios, es que Él es un Dios celoso y ha declarado que Él no compartirá Su gloria con nadie. De hecho, el hacerlo resulta ser nada menos que idolatría. “Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas.” (Isaías 42:8).
Otros elementos que están en la oración —tales como el arrepentimiento, confesión y petición– también son formas de adoración. Nos arrepentimos sabiendo que Dios es un Dios amoroso y perdonador, que Él ha provisto un medio de perdón en el sacrificio de Su Hijo en la cruz. Confesamos nuestros pecados, porque sabemos que “Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” (1 Juan 1:9) y lo adoramos por ello. Venimos a Él con nuestras peticiones e intercesiones, porque sabemos que Él nos ama y nos escucha, y lo adoramos por Su misericordia y bondad al estar dispuesto a escuchar y responder. Cuando consideramos todo esto, es fácil ver que el orar a alguien más que no sea al Dios trino, es impensable, porque la oración es una forma de adoración, y la adoración es reservada para Dios y Dios solamente.